El conocimiento, fruto de la sustancia pensante, el tiempo y la experiencia, ha de estar disponible para todas las personas. (M. G.)

martes, 9 de noviembre de 2021

Carl Jung y el pensamiento oriental


COMENTARIO PSICOLÓGICOAL LIBRO TIBETANO DE LA GRAN LIBERACIÓN, texto del Budismo Tántrico donde se describe un método de superación de la ignorancia
y
PSICOLOGÍA DE LA MEDITACIÓN ORIENTAL. Este último se escribió como comentario de un sutra del siglo V y se publicó en China y Japón con el título de Tratado de meditación de Amitabha. Es otro método de meditación, en este caso a través de la visualización de un objeto, que trata de superar el estado de ignorancia y alcanzar la iluminación.



En el primero de los libros Jung se fija en la técnica, en el método para alcanzar el estado de no dualidad utilizando mantras. Om, el mantra al que nos referimos, no es una palabra al estilo corriente con su relación significado-significante, es un sonido. Un sonido que alude el todo, la totalidad del universo, su esencia.
Para que este sentido metafísico se pueda mostrar hay que recitarlo de un modo que solo se consigue con largo entrenamiento. Mientras se recita ha de vibrar todo el cuerpo y todo lo demás tiene que quedar transfigurado a ese canto-vibración donde ya no caben más palabras, más pensamientos ni más sensaciones desapareciendo la distinción entre el sí mismo y el todo. Jung afirma que esa forma de recitar logra superar la antinomia entre el silencio y la palabra. Recitar el mantra supone estar en silencio y hablando al mismo tiempo, por lo tanto, supera el estado de dualidad constante (implícito en la palabra) que nos mantiene ignorantes, que nos impide percibir la realidad. Om actúa como símbolo de transformación hacia estados de plena conciencia.

En el segundo texto, el tratado de Amitabha, se trata de entrenar al meditante para crear una imagen mental de la perfección. Se ha de crear una serie, cada vez más compleja, de imágenes que conformen una figura de la perfección en la que se han de visualizar todos y cada uno de sus detalles. La imagen que se propone en el texto es una flor de loto con 84.000 pétalos, cada pétalo con 84.000 nervaturas y cada nervatura con 84.000 radios. Se trata de nuevo de alcanzar la no dualidad. El acercamiento a la visión de la imagen (con el debido tiempo y esfuerzo) deriva en la experiencia misma de la imagen haciendo desaparecer la dualidad imagen-observador. El meditante extrae la percepción transformándose en ella y alcanzando la no dualidad. Esa perfección que se construye hace aflorar el estado de conciencia absoluto.

Jung se tuvo que enfrentar a una sociedad “incapaz” de comprender; ya que, desde el punto de vista occidental la no dualidad, la unidad entre el yo y el todo, no solo no es posible sino que tampoco es deseable. Lo propio de la mentalidad occidental es la convicción de la imposibilidad, consustancial a lo humano, de superar tanto el dualismo cognoscitivo y lingüístico entre el pensamiento y el ser o el lenguaje y la cosa, como el dualismo moral entre el ser y el deber ser. Como consecuencia de esto, el occidental, tiene en alta estima y valoración el yo personal, la conciencia individual, que pone como fundamento de todo lo positivo que cree haber conquistado (razón, libertad, valores morales, ideales, ciencia, técnica…). El occidental acepta que el individuo es un ser diferente y separado, como por un abismo insalvable, de la totalidad del mundo porque esa es la razón de su impulso de conocimiento y de voluntad moral, ya que nunca se llega de manera efectiva al conocimiento absoluto de la verdad o de la moral, siempre se está en camino, y eso estimula a los hombres en el desarrollo de su libertad y de su autonomía.
En el momento en que el yo queda anulado, absorbido por el todo, el occidental lo entiende como ebriedad, trance, sugestión, o, en el peor de los casos, como caída en la locura. Solo lo podría entender como metáfora, sin perder nunca la conciencia de que el yo y lo que percibo son dos cosas diferentes. En occidente la verdad siempre ha estado contenida en el lenguaje. Tanto en la religión, desde donde Dios nos revela su voluntad (palabra de Dios), como en la ciencia, desde donde el hombre descubre las leyes del universo. En oriente sucede al contrario. La palabra es un discurso sobre la verdad que antes ha tenido que ser experimentada. Meditar, en oriente, no significa estudiar o discurrir un asunto con atención y detenimiento; meditar es el paso previo, su experiencia, luego viene la descripción a través del lenguaje y las palabras. La cosa no es la palabra que la define. Las palabras son teorías, conceptos, entramados de argumentos abstractos. La verdad necesita ser experimentada, vista o sentida, tanto física como espiritualmente, para ser comprendida. De ahí que en la meditación oriental las palabras son sustituidas por visiones, sensaciones o sonidos… Por símbolos, en definitiva, que actúan como instrumento invocador de esa experiencia previa. Para el oriental la experiencia de la no dualidad es el mayor logro al que se puede aspirar como hombre.


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